Cruzaba hace días parte del Atlántico y anotaba: El vaivén me devuelve a los orígenes. Como un eco,
escucho la voz de algún tripulante que imagino profesor de ajedrez rodeado de
niños: “necesitamos gente sensible que esté dispuesta a escuchar”. El viejo a
mi lado no tiene voz, sólo una mirada perdida en el azul cristal. Le acompaña
su hija y quizás su yerno, parece desolado, derrotado, perdido… deduzco que se
enfrenta a una enfermedad y siente el fin de cerca. Saluda a su nieto por
teléfono, los ojos le brillan. Una joven – y a su vez vieja- pareja de amigos
me llama la atención. Uno es negro y muy alto, el otro blanco y de estatura
mediana o baja, parece que se complementan. Despiden navegando a la isla
redonda, en la barandilla parecen dispuestos a recibir la aventura con los
brazos abiertos y con una sonrisa eterna en sus rostros, casi perenne. Me transmiten paz y
compañerismo.
La vida continúa... y releo “El
antropólogo inocente”, que ya leí en otro lugar, qué buen libro… queé gran aventura,
y qué divertido!