Me gusta asomarme a la terraza y ver las etapas de un día: la angolana que vende jabón a gritos cada mañana, los vecinos que van desapareciendo para buscarse la vida en cada jornada, cada partido, los niños a la tarde que juegan en la calle, la caída del sol que provoca los partidillos de fútbol en cualquier descampado, cualquier callejón. La cantina de la noche dos calles más abajo con la música muy alta y la cerveza bien fría. Las panaderías funcionando a ritmo continuo, alimento básico y olor exquisito.
Los domingos la ciudad está tranquila, algunos van a misa y otros se van de barbacoa a las afueras de la ciudad, cerca de un río o junto a los pinos. En los alrededores las camisas blancas de los creyentes se ven relucientes y se acompañan con otros colores muy vivos para ir a misa, los de una religión los sábados y los de otras los domingos. Yo vivo en un barrio de pastores adventistas, religión creo de fuerte presencia e influencia brasileña. Ayer estaban muy elegantes, creo que deben haber ido ayer a misa, se pasan el día cantando y comiendo. Además por aquí tenemos escuela adventista, clínica adventistas y hasta “rua” de los pastores adventistas, que es como se conoce la calle donde vivo.